Panait Istrati



Panait Istrati es un escritor rumano que gozó de una gran popularidad en Europa en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX. Incluso en España en los años 70 la editorial ZERO/ZYX recuperó alguna de sus obras.


De una obra de Nikos Kazantzakis, que hace referencia a la visita que Panait Istrati hace a Rusia aquí tenéis un fragmento:


Apenas he terminado mi frase, Gorki aparece en lo alto de la escalera, con el cigarrillo en los labios. De elevada estatura, bien plantado, las mejillas hundidas, pómulos salientes, pequeños ojos azules melancólicos e inquietos, y una boca con una indecible tristeza. Jamás he visto tanta amargura en unos labios humanos.
Istrati lo reconoce en seguida y, subiendo los peldaños de tres en tres, se precipita hacia él y le coge la mano.
-¡Panaït Istrati!-grita, presto a dejarse caer sobre el amplio pecho de Gorki.
Pero este último le tiende la mano con calma y examina a su visitante con atención. Su rostro no refleja ni alegría ni curiosidad.
-Entremos - dice.
Gorki entra el primero, con grandes pasos tranquilos. Istrati le sigue nervioso. Los golletes de las botellas asoman en sus bolsillos.
Tomamos asiento en un pequeño despacho lleno de gente. Por no saber Istrati el ruso, la conversación se inicia con dificultad. Está emocionado y se pone a hablar con Gorki en mal ruso. No recuerdo lo que decía, lo cual, por otra parte poco importa. Lo que importa es el calor, el sonido de su voz, sus grandes ademanes y su mirada inflamada.
Gorki contestaba tranquilamente, con pocas palabras y una voz dulce y reposada, encendiendo sin descanso “Papyrus”, la nueva marca de cigarrillos rusos. Habla de su juventud, de los tiempos en que, siendo panadero en Novgorod, leía ávidamente, en invierno bajo la lámpara de petróleo, y en verano, al claro de la luna.
Su sonrisa, triste, daba un tono trágico a la sosegada conversación. Este hombre había sufrido tanto en su vida, que nada, ni las fiestas soviéticas, ni los honores podían ya consolarlo. Su mirada reflejaba una tranquila pero irremediable tristeza.
Mi mayor maestro -decía- fue Balzac. Cuando leía sus novelas no podía evitar aproximar el libro a la luz y mirar la página con admiración. “¿En dónde se oculta toda la vida y la fuerza que contiene esta página?”, me preguntaba.” ¿En donde se oculta este gran secreto?”
-¿Y Dostoievski? ¿Gogol?-dije yo.
-¡No, no! Entre los rusos, uno solo, Leskov, nadie más.
Se calla un momento.
-Pero más que nada -dijo -mi maestra fue la vida. Yo he sufrido mucho y he amado mucho a los que sufren.
Después calló de nuevo mientras sus ojos, semicerrados, seguían el humo azul de su cigarrillo.
Panaït sacó las botellas de sus bolsillos. Después les llegó el turno a los pequeños paquetes de entremeses, que dejó encima de la mesa sin atreverse a abrirlos. Se había dado cuenta de que el ambiente no se prestaba a ellos. Se había imaginado este encuentro de otra manera. Había creído que los dos probados luchadores que ambos eran, habrían bebido, pronunciado grandes palabras, derramando lágrimas y bailado y celebrado esta victoria final.
Pero Gorki parecía estar atormentado por su dolorosa vida. Asistía al milagro soviético sin perder la cabeza, y su mirada permanecía, pura, lúcida y penetrante.
Se levanta. Llamado por algunos jóvenes se encierra con ellos en un despacho contiguo. Deben discutir acerca de de un programa de propaganda cultural: conferencias, nueva revista literaria…
Nos quedamos solos.
-Panaït- le pregunto-, ¿qué te parece el maestro?
Istrati destapa una de sus botellas con nerviosidad.
-No tenemos vasos- dice. ¿Sabes beber a chorro?
Cojo la botella.
-A tu salud, Panaït- digo-. El hombre es un animal en medio de un desierto. Alrededor de cada uno de nosotros se abre un precipicio que nos separa de los demás. No te entristezcas. Esto no es nada nuevo.
-Termina de beber -dice impaciente-. Y pásame la botella que yo también tengo sed.
Bebemos el ligero y oloroso “Naparouli” de Armenia. Istrati se seca la boca.
-Lo sé- contesta-, pero lo olvido siempre.
-Este es tu gran valor, Panaït. Si no lo supieras, serías un imbécil. Mientras que así eres un ser viviente, lleno de contradicciones, una bola de esperanzas y de decepciones, y serás así hasta la muerte. En ti la razón jamás matará el corazón.
-Vámonos- termina Istrati-. Ya hemos visto a Gorki.
Vuelve a meterse las botellas en el bolsillo y yo lo ayudo a recoger los paquetes.
En la calle me dice:
-Me ha parecido bastante frío. ¿Qué opinas?
Lo he encontrado más bien amargo, desconsolado. No esperaba tanto dolor. Jamás había visto una sonrisa así. Más amarga todavía que un grito, que un sollozo o que la muerte. Ha vencido, ha escrito libros célebres, se ha hecho rico, famoso, se ha casado con una mujer hermosa, una princesa, según creo, y finalmente, y esto es lo más importante, ha visto realizarse el sueño de su vida: la liberación de Rusia. No obstante, nada de esto ha logrado consolar su corazón.
- No hay como gritar, beber y llorar para consolar el corazón- exclama Panaït, indignado.
-Érase una vez un emir- explico- que al enterarse de que todos los suyos habían muertos en la guerra, ordenó a los hombres de su tribu:”No gritéis, no lloréis. Es necesario que vuestro dolor permanezca vivo”. Como puedes ver, Panaït, ésta es la disciplina más noble y más salvaje que el hombre se puede imponer a sí mismo. He aquí porqué Gorki me ha gustado.
Istrati no dijo nada. Gruñó algo y me miró casi con odio. Bruscamente, me asió el brazo y entonces noté que su mano temblaba.
1928.
"Del Monte Sinaí a la Isla de Venus, apuntes de viajes", de Nikos Kazantzakis:

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